MURTES

“La vagina de una sociedad enferma,
engendra sus propias alimañas”
El Maestro

La vida se debate en el solar: entre la vida y la muerte; un instante de luz basta para resolver las respuestas que agonizan en la oscuridad. Desconozco a aquel que fui; el que pisoteaba o extirpaba sin piedad a las alimañas cancerígenas que se devoraban sin misericordia, las entrañas y la memoria de nuestras sociedades. Intento comprender las ojeadas amargas y los gestos de dolor de los rapteros murtes, que solo saben mirar con desprecio y rencor, como si todas las miradas los desnudaran; estas bestias quisieran mutar en fantasmas invisibles para que la venganza no los desenmascare o los desnude frente a la picota pública. Un murte jamás conocerá la laboriosidad y buscará las sombras, para guarecerse de la vergüenza. El hombre desnudo no puede esconderse y el miedo lo reducirá en un prisionero, así una Iglesia prostituida pregone la misericordia, el perdón y la humildad.

No todas las guerras tienen que ser ganadas, pero la risa murte no puede mutar en un diabólico canto de triunfo. Ser un verdadero hombre es más difícil que ser un temido antisocial; jamás se encontrará en una enciclopedia un estereotipo peor, para un engendro del mal; así seamos indulgentes, jamás podremos dormir tranquilos mientras las alimañas se paseen irónicamente, como si las calles les pertenecieran; desde la infancia esta camada única de ratas, eligieron los senderos torcidos de la vida ¡Jamás recuerdo haberles visto sonreír, con la inocencia de los infantes! La amargura ha sido una constante sombra en sus destinos –es como si la maldición los hubiese conjurado- desde que escaparon como engendros del infierno y de su vulva partera. “las ratas engendran ratas” exclama una hechicera de la divina y absurda comedia.

Las voces de las tempestades desatan las angustias del hombre que es desplazado por la vergüenza y el odio de las sombras, que nunca conocieron el amor; los ladridos de estas bestias no conocen siquiera la piel o los besos de una mujer no paga. Cómo desearía que existiera una palabra sutil o con un tris de dignidad, para poder describir a la mujer capaz de engendrar alimañas entre su vientre. Ni el silencio ni la indiferencia, podrán detener a las palabras con calidad. La falsedad coloca a los mentirosos a la altura de la golosinad y la indignidad de los trásfugas; hay oprobios que conspiran contra los versos del mundo. El fervor de una canción milenaria colapsa como una antología sin ritmos, contra los riscos del fondo del mar. Todo lo que sentía por él, se transformó en odio. ¿Cómo nombrar con amor a un Dios castrador, con azhaimer o senil, que crea con mierda a los nuevos hombres? ¿Amará más Dios a los impuros y a los desechos humanos? Las respuestas fluyen cuando observo la benevolencia con la que protege las consumaciones de los murtes. Hay infamias que mutan en insomnios y pesadillas. La ruindad de los murtes se asemeja a la impunidad homicida que brota de las sombras, como chacales marginales. Después de escuchar las palabras de la infamia, será difícil para esta curiosa raza o especie, mimetizarse entre el viento y burlar al juicio de las miradas. Las tempestades de estos rapteros son las responsables de las desapariciones de la dignidad. El diáspora odio les exterminará; extirpara la escoria magenta del demonio o a esa demoníaca agonía que acecha desde los tragaluces de las alcantarillas; por usurpar monedas de viento, el tiempo reducirá a polvo la soberbia de las ratas rabiosas, de los perros sarnosos y de las alimañas murtes, así intenten camuflarse entre sombras y silencios, cual escorpiones y carpantas. Las miradas y los corazones asombrados, nos pregunta como una hembra puede maldecir y prostituir los sueños y los destinos de sus camadas, convirtiendo en cómplices a sus engendros…

Solo cenizas y ausencias recuerdan sus memorias ¿Cómo pudieron transformar en una cavernaria cueva, una casa tan grande? Todo lo que se construye con las manos sucias, jamás luce. ¿Cómo puede una bestia transformar en trinchera su hogar? ¡Nada puede convertir en inexpugnable a una fortaleza, cuando Atenea desenvaina su espada! No es fácil para el amor borrar las huellas del veneno, porque el canto de la sangre murte no conoce la vergüenza ni la dignidad; sus generaciones nacerán para cargar y vivir avergonzadas por el canto de los versos. La coraza encantada de la zorra herida, ahora lanza los dados sobre el manto de fuego en donde el averno, le apuesta al azar unas inocencias perversas. Es de las verdugas que sonríe prostituyendo los sueños y deshojando la rosa de los vientos de sus engendros. ¿Valió la pena arrancarles las alas y la inocencia a sus sueños? La vida le extraerá el veneno a su ironía, para que las cancioncillas de amor, vuelvan a ensoñar con el murmullo de las aguas de los ríos. No le exijamos al polvo del amor surrealista que sea piadoso con estas alimañas que se creen vampiros supersónicos.

La pluma del verdugo, deshizo en pedazos el festín de estos obtusos caníbales. La sangre de cuervo es buena para el cáncer ¿y la de los gallinazos? ¡Son de la misma especie! Quizás los toleramos porque sin ellos, el mal carecería de razón de ser. No podemos escapar como una jauría de las lanzas degolladoras de la ironía que añora celebrar, sin conocer la muerte en vida de la soledad y la vergüenza. Una sociedad asediada por una plaga murte, no debe conciliar el sueño… mi poesía era una fiesta, hasta que las cacas ratas envenenaron mis versos. Las ciudades no pueden convertirse en paraísos perdidos; exorcizamos a las víboras y exterminamos a las fieras ¿Será que no se puede esterilizar el sexo de esta especie maldita? ¿Será que con el lodo impuro, el dios amnésico les horneo? El fuego se devora los huesos del festín de estas carpantas; bestias carnívoras como los chacales y omnívoras como los cerdos y los buitres; carroñeras forasteras y ciegas como la miseria de sus huellas. La ceguera de estas bestias, les impide evaluar que por muy poco vendieron la dignidad y el respeto; ya no ondearan con orgullo ni navegaran con dignidad el río que inventó Dios, cuando creo el mar. No se necesita ser sabio para adivinar los atavares ni el destino de esta familia sin nombre, sin identidad y con una memoria que los avergonzará, porque siempre serán como los ladrones en las películas. Caerán como árboles enfermos, como serpientes maldecidas por Dios y serán expulsados del falso paraíso o de esa cloacal trinchera, que irónicamente pintaron de blanco.

Anoche soñé que la dignidad, había extirpado del mundo a esta peste. El tiempo repetirá esta historia, hasta que enloquezcan envenenadas las bestias por sus propios efluvios. Hay que aprender a respetar a la palabra, para no terminar convertidos en murtes por ellas.

El Maestro

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